Utilizando imágenes de escenas sexuales, el profesor Daryl J. Bem demuestra que nuestra mente puede sentir emociones detonadas por eventos que aún no suceden.
A lo largo de la historia científica, por alguna lamentable razón, pocos son los investigadores que osan coquetear con posibilidades en torno a premisas que son, peyorativamente, consideradas en el rubro de lo paranormal. Sin embargo, además de que cada vez hay más aventureros científicos que juegan con posibilidades “extravagantes”, lo cierto es que siempre ha habido mentes lúcidas que exploran con seriedad y más allá de la charlatanería esos castigados límites del conocimiento humano.
Tal es el caso del profesor emérito Daryl J. Bem, investigador de la prestigiada Universidad de Cornell y quien desde hace décadas ha dedicado su talento a profundizar en temáticas como la percepción extrasensorial y fenómenos psíquicos. Y entre los tópicos que más han llamado el interés de Bem se encuentran los fenómenos conocidos como precognición y premonición. El primero se refiere a la adquisición de información futura que no podría ser deducida a partir de la información disponible, por medios comunes como los sentidos, en el presente; el segundo define los casos específicos en los que esta información futura es recibida a través de una emoción.
En un artículo anterior aquí publicado, “Nuestro cerebro esta diseñado para percibir el futuro”, se dio énfasis a un concepto que Bem utiliza para distinguir su trabajo de otros acercamientos poco serios ante el espectro de los fenómenos psíquicos:
«La idea de “ver el futuro” ha sido históricamente desprestigiada por ejércitos de farsantes, empalagosas columnas astrológicas y servicios que recurren a ciertos clichés abaratados como bolas de cristal. Tal vez por esto un cierto sector de la población, que además utiliza a la ciencia como una especie de muleta para transitar por la vida dotados de cómoda seguridad, ha rechazado tajantemente la posibilidad neuropsíquica de percibir más allá del modelo lineal de flujo temporal. Pero Bem busca desmarcarse de conceptos como el de paranormal o el de psiquismo y más bien utiliza el termino psi para describir el campo en donde opera su reciente investigación:
»El término psi denota procesos anómalos de información o de transferencia de energía que son inexplicables en términos de mecanismos físicos o biológicos que ya conocemos. Dos variantes del psi son la precognición (percepción consciente y cognitiva) y la premonición (aprensión afectiva) de un evento futuro que de otra manera no podría ser anticipado por medio de cualquier proceso inferencial que conozcamos. La precognición y la premonición son en sí casos especiales de un fenómeno más generalizado: la anómala influencia retroactiva de eventos futuros en las reacciones de un individuo en el presente, ya sea que estas respuestas sean conscientes o inconscientes, cognitivas o afectivas».
El profesor Bem llevó a cabo una serie de nueve experimentos involucrando a más de mil voluntarios. Y los resultados de esta extensa investigación, que le tomó más de ocho años, fueron publicados en un estudio titulado “Feeling the Future: Experimental Evidence for Anomalous Retroactive Influences on Cognition and Affect” ["Sintiendo el futuro: Evidencia experimental de influencias anómalo-retroactivas sobre la cognición y el afecto"].
En uno de los experimentos se reunió a un grupo de estudiantes ante quienes se mostraba una lista de palabras y se les solicitaba que memorizaran el mayor número posible de las mismas. A continuación se les pidió que escribieran una selección de esas palabras que había sido aleatoriamente elegida por una computadora. Y curiosamente, en un ejemplo de causalidad reversa, los estudiantes probaron, significativamente, mayor efectividad en recordar las palabras que posteriormente les tocaría escribir.
En otro experimento, diseñado para probar la precognición y a partir del cual titulamos este artículo, Bem dio a los voluntarios las siguientes instrucciones: “Este es un experimento que evalúa la percepción extrasensorial. Toma alrededor de veinte minutos y está completamente manejado por una computadora. Primero responderán a un par de breves preguntas. Posteriormente, en cada prueba del experimento aparecerán en las pantallas imágenes de dos cortinas, una junta a la otra. Una de ellas tiene una imagen detrás, mientras que la otra esconde una pared blanca. Su tarea es elegir la cortina que sientan que esconde la imagen. Después de que elijan, la cortina se correrá para comprobar si acertaron. Serán 36 pruebas en total. Muchas de las imágenes son explícitamente eróticas. Quienes tengan alguna objeción con observar estas escenas sexuales, no deberán de participar en el experimento”.
La selección de qué cortina escondería la imagen sexual y cuál no se estableció siguiendo un algoritmo en la computadora, con el fin de garantizar que cada voluntario tuviese exactamente 50% de probabilidades de acertar. Sin embargo, una vez obtenidos los resultados, se confirmó que el 53.1% acertó cuando la imagen encubierta contenía una escena porno. Lo cual, a pesar de no ser numéricamente espectacular, lo cierto es que rebasa con claridad la probabilidad ecuánime del 50-50. Pero tal vez lo más curioso del experimento es que en los casos en los que la imagen tenía un contenido neutral y no erótico, los voluntarios estuvieron aún por debajo del porcentaje de efectividad normal, pues solo lograron un 49.8% de aciertos. Bem presentó estos resultados en el popular programa Colbert Report.
“Lo más sobresaliente es que se observan las respuestas fisiológicas 2 o 3 segundos antes de que aparezca la imagen, antes incluso de que la computadora decida qué imagen presentar, si una estimulante o una no estimulante”, dice el Dr. Bem, quien cree que a nivel cuántico se podría estar transmitiendo la sensación provocada por el porno del futuro.
Pero la cuestión aquí es si el hecho de que los voluntarios hubiesen tejido un vínculo emocional con las imágenes eróticas, a diferencia de las otras, fue lo que favoreció el poder acceder a su manifestación futura, si en realidad se trata de que la pornografía es capaz de almacenar información extrasensorial que en algún punto podemos percibir y tal vez con ello explicar, en parte, la masiva atracción que este fenómeno genera, o si más bien la pornografía solo juega el papel de embajador visual del sexo y, en ese caso, el sexo se confirma como un portal interdimensional —premisa esta que, por cierto, han postulado diversas culturas y tradiciones espirituales a lo largo de la historia.
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