El mundo de la razón y de la ciencia ha encontrado esta semana un aliado inesperado. El actor y director de cine Santiago Segura ha gritado al mundo lo que ya todos sabíamos, pero tantas veces es necesario recordar: "Anne Germain, la vidente de Telecinco, no da ni una".
Segura había aceptado participar en el programa Mas allá de la vida en el que la supuesta médium afirma contactar con familiares fallecidos de los famosos de turno. El artista ha resultado ser un escéptico impenitente (cosa que no le ha impedido participar en el programa y firmar un suculento contrato) y en virtud de su racionalismo ha puesto a caer de un burro a la vidente. Eso dicen, al menos, algunos medios presentes en la grabación: se quejó constantemente de la falta de sustancia de las apreciaciones de Anne Germain, de la vaguedad de sus visiones y de lo poco acertado de sus predicciones. Bien por Segura, en cualquier caso, por mostrar lo que debería ser obvio y no lo es. Más allá del beneficio marketiniano que a unos y otros reporta la trifulca, lo cierto es que el caso de Santiago Segura es una excusa perfecta para recordar algunas cosas que la ciencia sabe sobre el fantasmagórico mundo de los médiums.
Objetos movidos con la mente, fantasmas, viajes astrales, telepatía, levitación... ¿Por qué hay tanta gente que cree en los fenómenos paranormales? Porque todos ellos son experiencias psíquicas. Y, ¿por qué las llamamos experiencias psíquicas? Porque todas ellas son consecuencias inevitables del modo en el que funciona el cerebro humano. Así al menos lo sugiere la psicóloga norteamericana Susan Blackmore, que profesó en las filas de la parapsicología durante sus primeros devaneos como docente universitaria y luego se ha encargado de trabajar en la compresión científica de estos incomprensibles comportamientos humanos.
Por Jorge Alcalde.
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